La globalización tiene poco de libre mercado


La economía mundial es cada vez menos librecambista y más corporativa y concentrada · Está funcionando como un arma en contra de la democracia

NOAM CHOMSKY. Ensayista, profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT).

 

Después de la Segunda Guerra Mundial, la integración de la economía mundial (o "globalización") fue en aumento. Hacia fines del siglo XX, esta tendencia opuesta a la merma del período entre ambas guerras devolvió la economía, en términos generales —por ejemplo, en lo que respecta al volumen del intercambio en relación con las dimensiones de la economía mundial—, a los niveles anteriores a la Primera Guerra Mundial. El panorama, sin embargo, es mucho más complejo.

La integración posbélica atravesó dos etapas: 1) el período de Bretton Woods, hasta principios de la década del setenta; 2) el período siguiente, tras el desmantelamiento del sistema de Bretton Woods, que se caracterizó por la regulación del intercambio y el control de los movimientos de capital.

La segunda etapa, que hoy se define con el término de "globalización", está ligada a la llamada "política neoliberal": ajuste estructural; "reformas" que deben contar con el "beneplácito de Washington", en gran parte del Tercer Mundo y, después de 1990, también en otros lugares, como en India y en las "economías en vía de transición"; y una versión de las mismas políticas en las sociedades industriales más avanzadas, sobre todo en los Estados Unidos y Gran Bretaña.

Estas dos fases presentan notables diferencias. Muchos economistas definen la primera fase del capitalismo industrial de Estado con el nombre de "edad de oro" y califican de "edad de plomo" a la segunda, a la "era de la globalización", que produjo en todo el mundo un deterioro de los parámetros macroeconómicos standard (tasa de crecimiento, productividad, inversión de capital, etc.) y acentuó la desigualdad.

En los países más ricos del mundo, los salarios de la mayor parte de la población quedaron estancados, cuando no disminuyeron. La jornada de trabajo sufrió un drástico aumento, mientras que las prestaciones de los sistemas de previsión y seguridad social fueron objeto de un repentino recorte. La evolución de los indicadores sociales entró a mediados de la década del setenta en un sostenido declive y, según una reciente y detallada investigación, ya llegó al nivel de hace cuarenta años.

Por lo general, se habla de la globalización contemporánea como de una expansión del "libre intercambio", pero se trata de una expresión errónea. En buena medida, la gestión de los "intercambios" está concentrada y corresponde de hecho a transferencias interempresarias, a prácticas de "outsourcing" y a otras operaciones análogas.

A esto se suma una fuerte tendencia, extendida en todo el mundo económico, a establecer oligopolios y alianzas estratégicas entre empresas, paralelamente con una fuerte presión al sector estatal en el sentido de que se socialicen los riesgos y los costos, práctica que durante todo este período constituyó un factor clave de la economía de los Estados Unidos. Los acuerdos internacionales de "libre intercambio" se basan en complejas tramas de medidas liberalizadoras y proteccionistas, que permiten a las grandes empresas obtener enormes ganancias en muchos sectores que son de importancia vital (por ejemplo, el de productos farmacéuticos), mediante el recurso de vender a precios de monopolio medicamentos que se desarrollaron gracias a la contribución sustancial del sector público.



La gente no cuenta

En esta segunda etapa, la gran expansión de las transferencias especulativas de capitales de corto plazo impuso graves limitaciones a las opciones de planificación de los gobiernos, con lo que restringió la soberanía popular en los casos de sistemas políticos democráticos.

La naturaleza del "intercambio" sufrió un profundo cambio respecto de los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Los productos industriales abundan actualmente en los países ricos, en gran parte en el ámbito de las transferencias entre empresas. Estas prácticas —e incluso la simple amenaza de su instrumentación— constituyen un arma muy poderosa contra los trabajadores y contra el propio funcionamiento de un sistema democrático.

Lo que está surgiendo es un sistema de "mercantilismo corporativo" en el cual las decisiones sobre la vida social, económica y política se concentran cada vez más en manos de grupos de poder privados, exentos de toda responsabilidad social: "instrumentos y tiranos del gobierno", según la memorable frase de James Madison, que ya hace dos siglos había advertido sobre esta amenaza para la democracia.

No es extraño que los efectos de esta segunda etapa suscitaran una profunda reacción, una oposición de la opinión pública que revistió distintas formas en todo el mundo. El Foro Social mundial que acaba de reunirse en Porto Alegre ofreció una oportunidad de encuentro sin precedentes a las fuerzas populares procedentes de las más diversas regiones, tanto de los países más ricos como de los más pobres.

Supuso la posibilidad de desarrollar alternativas constructivas que puedan defender a la gran mayoría de la población mundial de los ataques a sus derechos humanos fundamentales y la oportunidad de reflexionar sobre la posible desarticulación de las concentraciones de poder ilegítimas, para dar así un espacio más amplio a la justicia y a la libertad.


la Repubblica, 2001.

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